Los pensamientos de una mujer agridulce

domingo, abril 29, 2007

De esas ausencias...

Existen, a lo largo de la vida humana, situaciones de esas dolorosas, tristes e incómodas, formadoras de esa conciencia emocional necesaria para sobrevivir.
Nunca son fáciles de aceptar y llegan a ser incomprensibles ante el ojo del hombre. Llegan, aparentemente de la nada y destruyen un pedazo de felicidad que termina faltándonos eternamente.
Hablando de ausencias me he topado con dos: la que se agradece y representa un verdadero triunfo (como diría mi buen y complicado Cortázar) y la que lastima hasta lo más profundo por ser necesariamente voluntaria, es decir, por decisión propia o ajena.
Durante mucho tiempo pensé que la ausencia obligatoria era la más dolorosa por considerarle de respeto, de maña y de tiempo. Pensé también que toda ausencia tenía remedio, que toda ausencia dejaba algún día de doler y que todo ese espacio que quedaba vacío terminaba llenándose, tarde o temprano, con todas esas sonrisas que faltaban por llegar...
Nunca imaginé lo que sería encontrarme de frente con esa ausencia, con la ausencia verdadera que nunca se va... que llega para siempre a ocupar el lugar de un ser querido. Nunca pensé en el doloroso espacio que me quedaría por llenar, en ese vacío que no parece acabalarse con los buenos recuerdos para completar una sola sonrisa.
Un día de estos, según me han contado, llegará la aceptación, el agradecimiento y la calma... mientras tanto, todo cambia de perspectiva y lugar. Ahora nada tiene sentido y todo tiene valor. No habrá palabra, silencio, sonrisa, momento o situación que quede sin atesorar, sin agradecer, sin recordar...
No hay tiempo para no recapacitar...

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