Los pensamientos de una mujer agridulce

miércoles, abril 29, 2009

Nadie sabe qué sigue...


La vida está en constante movimiento... es, hasta cierto punto, engañosa. Un día creemos saber exactamente lo que tenemos frente a nosotros, somos capaces de vislumbrar el futuro y hacemos planes sobre éste. Pero es frecuente terminar en la nada al minuto siguiente. Y es que es imposible saber qué nos depara la existencia.


Entonces es necesario cambiar de perspectiva, analizar la vida desde otro ángulo. Aprender a caminar de nuevo, adaptarse a la diferencia. Duele cambiar de piel. Duele levantarse. Sin embargo, la vida nos ofrece todo un panorama reluciente, un abánico de posibilidades que somos incapaces de observar en momentos de crisis.


Rendirse a medio camino resulta tentador, es más fácil regresar que iniciar de nuevo... por eso es necesario remontarse al pasado para recordar lo sorpresivo que resulta avanzar y evolucionar. Es de gran utilidad recordar la historia de nuestras vidas durante la tormenta. Tomamos fuerzas para continuar y sonreír.


Y si la dizque influenza lo permite, tendremos otro intento para perseguir la plenitud y madurar (jeje).

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martes, abril 14, 2009

La soltería




Este fin de semana aproveché para irme de paseo a la playa y debo admitir que disfruté estar sola. Soltera. Sin la preocupación de extrañar a alguien, de reportarme y ser fiel aun con la vista y con el pensamiento. Sonará dramático y exagerado, pero la verdad es que no disfrutaba unas vacaciones desde hace dos años. Me sentí libre, sin la necesidad de estar pegada al celular... probablemente me podía haber sentido igual aun con novio, pero es necesario que sepan que las mujeres que creemos haber encontrado al "amor de nuestras vidas" tendemos a pensar que no es necesario socializar más. No me pregunten la razón, probablemente sólo podré responder un sincero "por tontas".*


Me arreglé, salí a la playa, de antro. Tomé, bailé. Me olvidé del mundo, de él, de mí. Sonreí, coqueteé como hace tiempo no lo hacía. Conocí a un hombre. Besé otra boca, otros labios con otro sabor y forma... como a manera de protesta y liberación de ese pesado recuerdo, de esa falsa pertenencia sin dueño; como para quitarme la etiqueta que llevaba tatuada en la frente con su nombre.


Me gustó ser libre de nuevo. Me gustó que un extraño me dijera que era linda, que tenía una mirada transparente y una sonrisa hermosa. Me gustó que otra boca pronunciara mi nombre, que otra mano sostuviera la mía...


Disfruté darme cuenta de que la vida sigue. De que la libertad tiene sus muchas y significativas ventajas... y sobre todo, me gustó decidirme a aprovecharlas.


*Generalizo solamente para justificarme.

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lunes, abril 06, 2009

La parte fea...


Es comprensible porque nadie disfruta recordar o hablar de aquellos momentos negros de nuestras vidas. Seamos honestos: Apesta tener el corazón roto. Los días duran 40 mil horas y nada parece llenar ese huequito de soledad tortuosa. La sensación de libertad llega a ser odiosa y los sermones de los demás suenan a disco rayado. Nada consuela, nada detiene ese sentimiento de caída y fracaso. Miles de preguntas acosan la mente. El corazón llega al extremo de doler físicamente y pareciera como si la mente y el organismo se negaran a trabajar organizadamente.

En esa etapa me encuentro. Y apesta. Y la odio día a día. Y a veces me da por pensar que daría cualquier cosa por no vivirla... y vuelvo a pensar y reacciono. No. No daría CUALQUIER cosa por una paz barata. No es posible engañarse toda la vida sólo por comodidad. La flojera emocional tiene consecuencias graves para el alma y el corazón. Claro, duele activarse, duele enfrentar esas verdades que tan secretamente escondí bajo la alfombra de mi conciencia. Es díficil observar toda la basurita que calladamente guardé en mi interior, pues no es bonita y hasta huele feo. Me asombra la habilidad que desarrolle para mentirme, para silenciar lo que verdaderamente pensé por tanto tiempo. Y es momento de enfrentarme... y eso también apesta. No puedo mirarme de frente, aún no tengo el valor para reprocharme mi abandono.

Supongo que después, cuando pueda volver a sonreír plenamente, recordaré estos momentos y los veré como en una película hollywoodense, con una musiquita un poco comico-dramática, haciendo miles de tonterías para evadir y sentirme mejor como individuo solitario... y me reiré de mí, así como me río de las películas, que por lo general tienen un final feliz, aunque no sea el fin que el personaje principal hubiese esperado para sí mismo...

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